martes, 2 de enero de 2018

Avanzando en la educación: la Inteligencia Emocional


Nuestra sociedad y, en concreto, la escuela han priorizado hasta finales del siglo XX los aspectos intelectuales y académicos de los alumnos convencidos de que los aspectos emocionales y sociales pertenecen al plano privado y, en este sentido, cada individuo es responsable de su desarrollo personal. El siglo XXI nos ha traído una nueva forma de ver la realidad más diversa sobre el funcionamiento de las personas y estamos tomando conciencia de forma lenta, aunque progresiva, de la necesidad de que la educación de los aspectos emocionales y sociales sean atendidos y apoyados por la familia, pero también de forma explícita por la escuela y la sociedad.
La literatura más reciente ha mostrado que las carencias en las habilidades de inteligencia emocional afectan a los estudiantes dentro y fuera del contexto escolar (Brackett, Rivers, Shiffman, Lerner y Salovey, 2006; Ciarrochi, Chan y Bajgar, 2001; Extremera y Fernández-Berrocal, 2003; Mestre y Fernández-Berrocal, 2007; Sánchez-Núñez, Fernández-Berrocal, Montañés y Latorre, 2008; Trinidad y Johnson, 2002).


La carencia de inteligencia emocional provoca o facilita la aparición de problemas de conducta entre los estudiantes afectando al rendimiento académico y apareciendo conductas disruptivas. Pero, ¿es posible educar la inteligencia emocional? Sí, y se ha convertido en una tarea necesaria en el ámbito educativo, y la mayoría de padres y docentes consideran primordial el dominio de estas habilidades para el desarrollo evolutivo y socioemocional de sus hijos y alumnos. 
Como futuros docentes, tenemos que trabajar para ser emocionalmente inteligentes ya que nos hará ser más hábiles a la hora de percibir, comprender y manejar las propias emociones y, además, ser capaz de extrapolar estas habilidades a las emociones de los demás. 

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